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Su "dueña" era mi tía, con quien pasábamos prácticamente todas nuestras vacaciones de verano mientras mi mamá trabajaba. A ella en general no les gustaban para nada los animales, pero tenía varios: dos perros, cuatro gatos y un par de cotorros. Esto porque a la mamá de mi tía, es decir mi abuela, tenía afecto por los animalitos pero tenía ya varios años encima y le era difícil cuidarlos a todos.
Así que mi tía, de mala gana cumplía con el capricho de mi abuela y "cuidaba" de las mascotas.
Nótese que aquí la palabra "cuidar" no es precisamente la más adecuada. No los mimaba, solía patear con frecuencia a los perros y a los gatos los alimentaba con el revoltijo de sobras del día. A ninguna de las mascotas le brindaba atención veterinaria ni esterilización. La gata tuvo varias camadas, y la mayoría de los gatos escapaban. Si mi abuela preguntaba por ellos, simplemente le decía que se habían perdido.
Recuerdo que yo le pedía a mamá que me dejara rescatar aunque sea alguno de los tantos gatos que circularon por aquella casa, nunca me dejó. Tampoco pude enfrentar jamás a mi tía, porque no sólo era cruel con los animales, sino también con el resto de la familia. Mi tía era de esas señoras que pegaba tremendos gritos y tremendos golpes, no podías dirigirle la palabra sin arriesgarte a una mala palabra o una bofetada, además de ganarte el calificativo de "desagradecida"; después de todo, ella nos "cuidaba" (y ya describí cómo eran sus "cuidados").
De entre todas las maldades que cometía mi tía con aquellos amigos peludos, recuerdo una en particular que me dolió mucho: El destino del gatito con el que inicié este relato. No puedo decir que recuerdo su muerte porque antes de morir y sin saber de qué había enfermado, al haber quedado paralítico y no poderse mover ya, mi tía simplemente tomó una bolsa negra de basura y tiró al gato.
Soy de las personas con la creencia de que todo se paga en la vida, al menos en este caso no me equivoqué. Años después mi tía tuvo que operarse pues desarrolló un tumor cerebral. La gente dice que desde entonces ella se ha vuelto más bondadosa.
Yo no puedo asegurarlo y la verdad no quiero averiguarlo.
Por cierto, jamás la fui a visitar al hospital y no me arrepiento de ello.
1 comentarios:
manda a la chingada a tu tia no merece vivir
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